Gusanito de bellota

Hoy se cumple un año de la muerte de mi abuelita. Tal vez su ausencia no nos dolería tanto si pudiéramos reunirnos, pero como es el 2020, cada quién está en su casa y su ciudad, recordándola y llorándola a su manera.

Está es la mía:

Tuvo muchos nombres, además de Mamá, Amá y Mami, fue mi Abuelita gorda, Doña (como le decía mi papá), Abu (como le decía la generación de nietas y nietos más joven), Carmelita Carmelita, como le dijo un bisnieto y que derivó en que la bisnietada le dijera abuelita Carmelita. Creo que este último era el nombre que más la gustaba, porque venía acompañado de abrazos, besos y alegría infantil.  Y si algo tuvo mi abuelita siempre fue una especie de chispa infantil, que le brotaba en la risa cuando se le ocurría alguna travesura. Se le ocurrían seguido y disfrutaba mucho tener a sus nietas y nietos de cómplices. 

Mi abuelita siempre fue una mujer pequeña de estatura, una vez me dijo que de joven media 1.47m, y con  los años, como decía una caricatura de mi infancia, se fue haciendo pequeña, más pequeña, pequeñita, o sea que estoy segura que a su muerte ya medía 1.20m.  Era cortita, bajita, pero el "gorda" en el epíteto tenía razón de ser (además que se lo pusimos la primera generación de nietos, criados en los 80, con cero conciencia de lo apropiado), porque mi abuelita era redondita, gordita y mañosita (cuando una abuelita es de ese tamaño, todos los adjetivos tienen que ir en diminutivo), y siempre había alguien para darle gusto a sus antojos.

No sé cómo habrá sido mi abuelita de madre para sus hijas e hijos. No es lo mismo criar 6 hijas y 2 hijos que cuidar nietas y nietos. Aunque mi hermano y yo vivimos con mi abuelita y mi abuelo casi un año escolar, nunca dejó de ser abuela... tal vez mi hermano lo recuerde de otra manera, él estaba ya en secundaria y yo apenas en cuarto de primaria... pero en la casa de la 5 de mayo,  mi abuelita siempre fue nuestra cómplice. 

Mi abuelita no era perfecta, a veces le gustaba decir cosas para escandalizar o provocar, le gustaba mucho el chisme y era especialista en interrogar a propios y extraños, a veces sus cumplidos no eran tales, podía ser muy presumida de los logros de sus hijas o sus nietas y nietos, y además, tenía favoritos entre sus nietas y nietos, ¿quiénes? Eso depende de a cuáles de nosotros nos pregunten, porque mi abuelita tenía la capacidad de hacernos creer a cada quién que éramos nosotros. Con la bisnietada vale más no especular.

Pero si algo definía a mi abuelita, era su fe. Era algo maravilloso en ella. La sacó adelante de muchas cosas. Siempre trató de fomentarla en su familia, en algunos casos lo logró, en otros, como el mío, no tanto. Aunque estuvo cerca: los papeles escolares que sobrevivieron de ese año que viví con ella y mi abuelo llevan firmados el nombre "Galicia de María",  por fin hice la primera comunión (la confirmación sucedió 20 años después, para casarme y ella me preparó), y además creo que consideré ser monja de grande.

Ver el efecto de su fe en mi abuelita me convenció de que es un privilegio. Quiénes lo tienen son afortunados. Mi cerebro, mi alma tal vez, están hechos de otra manera, y me siento incapaz de ella. Las pocas veces que he intentado encontrarla (como con el cáncer de mi papá y su muerte) he terminado por sentirme burlada. Eso no me impide respetar y apreciar la fe en otras personas, mi abuelita me enseñó eso. Lo reconfortante que puede ser tenerla. 

Tal vez sea porque mi abuelita fue catequista toda la vida, y que me veía como una especie de reto personal, pero un día, cuando estaba en quinto o sexto de primaria, le dio por decirme que yo era como un gusanito de bellota, creyendo que lo que veía era el mundo, sin darme cuenta que existía algo más allá de la corteza.

"Gusanito de bellota" me dijo cuando regañó a mi prima y no a mí, la única vez que acompañamos a un amigo a un servicio adventista, un sábado en nuestra adolescencia.

"Gusanito de bellota, aunque sea hazte budista, con que creas en algo" me dijo en otra ocasión.

"Gusanito de bellota" me dijo muchas otras veces más a lo largo de mi vida. Siempre con un tono entre preocupado y resignado. 

Hasta que, estando en la maestría, le propuse que cuando se muriera, me diera una señal y que iba a empezar a ir a la iglesia. Esto le provocó una carcajada de esas traviesas suyas, y desde entonces cuando me decía gusanito de bellota lo había más bien resignada pero divertida. Incluso cuando llegaba a su casa antes de irme de viaje, por más corto que fuera, para que me echara la bendición, la frase le salía se vez en cuándo, más o menos así:

"Que Dios te bendiga y te lleve"

"Que me lleve no, que me acompañe, abuelita"

"Ándale pues que te acompañe... gusanito de bellota... en el nombre de Dios padre, hijo y espíritu Santo"

"Amén"

Había algo cálido siempre en esa bendición, y yo pasaba por ella porque me reconfortaba saber que mi abuelita se preocupaba por mí. Me hacía sentir de nuevo la pequeña nieta consentida.

A principios del año pasado, cuando mi abuelita empezo a decir que no sabía si llegaría a fin de año, le recordé el trato y se volvió a reír, ya se le había olvidado, pero lo tendría en cuenta, me dijo y siguió viendo su misa en televisión. 

Pasé todo el año esperando una señal. Y luego llegó el covid a mi casa. Primero cayó mi esposo, o como mi abuelita le decía "tan lindo, Joel ", y luego me enfermé yo. Desde que él se enfermó me di cuenta que llegaron dos colibríes al árbol frente a nuestra ventana. Siguieron ahí cuando yo me enfermé, y todos los días, cuando me sentaba al lado de la ventana, el más pequeño y regordete de los dos, se acercaba a la ventana y piaba. 

Cuándo peor me sentí y creí que tendría que ir al hospital, cuándo más miedo tuve esos dos días con sus noches, pensé en ella y en mi papá, les pedí que me cuidaran, y entre más pensaba en mi abuelita más fuerte era el impulso de rezar como me enseñó ella de niña. Después de tantos años, volví a rezar, y no me sentí falsa, burlada, decepcionada. No sé si lo que sentí fue algo parecido a la fe, o que había llorado, pero me sentí tranquila. Y en la mañana, cuando abrí las cortinas y dejé entrar la luz, el colibrí pío en mi ventana.

No fue una epifanía, ni una gran revelación, no me atrevo siquiera a decir que descubrí la fe, como ella tanto quería. Simplemente estos días enferma, descubrí que hay algo reconfortante en saberse arropada a través de la fe de otras personas, gracias a ellas sentí de nuevo cerca a la Carmelita.

Puedo visualizar claramente la mirada y la sonrisa traviesa de mi abuelita, sabiendo que su gusanito de bellota se removió inquieta. "Que Dios me acompañe, abuelita"

*******

Abuelita, te extraño mucho. 

Te quiero siempre.





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