Némesis


Hace una semana vimos una película. Manu comío semillas de girasol, Julio sabritas. Se acabó la película y ya era tarde así que no tiramos la bolsa vacía de sabritas ni las cáscaras vacías de las semillas.

A la mañana siguiente las hormigas pupulaban palpitantes dentro de la bolsa vacía, sobre las cáscaras de girasol, subían y bajaban hacendosamente por la pata de la mesita de centro.



Manu fue el primero en darse cuenta. Lo picaron.
Yo cogí las cosas y las saqué corriendo. Me picaron.
Julio escuchó el escándalo y no se inmutó. Aparentemente una invasión de hormigas a las nueve de la mañana ocurre demasiado temprano para levantarse un sábado por la mañana.




Pero una Galicia frenética porque sus más mortales enemigas habían decidido invadir de la noche a la mañana la mesita del centro, que entró a su cuarto en busca del windex para matar con su frescura de amoniaco a las invasoras fue suficiente para hacerlo salir de la cama.

Para ese momento yo ya había declarado la guerra en contra de mis peores enemigas: limpié con windex, aspiré la alfombra, puse cloro ultra bleach por afuera de la puerta, justo dónde encontré el caminito hormiguil y casi sufro un soponcio al darme cuenta de que la invasión de mis muy despreciadas enemigas no era nada más en mi depa sino que las hormigas negras y agresivamente mordelonas pupulaban por todas partes del edificio.

Barrí afuera, me picaron de nuevo, se me subieron dos o tres y las maté antes de sentir el pinchazo.
Barrí otra vez, puse más cloro, más windex, jabón, aspiré de nuevo.
Y las hormigas desaparecieron.

Esa noche unos conocidos que hacían una barbacue en el área de la alberca se vieron obligados a refugiarse en el depa de una de ellas porque las hormigas habían hecho ataque de avanzada y no dejaban de picarlos.

Pensé que mi batalla campal había dado frutos, pero esta noche mientras estaba sentada en la alfombra platique y platique sentí el retintín de una hormiga exploradora subiendo por mi espalda. Me mordió la muy cabrona. La maté a la muy cabrona.

ODIO a las hormigas, siempre las he odiado, con toda mi alma, con el odio más jarocho imaginable.

Y las cabronas vienen a meterse a mi depa.
Depa que estuve limpiando a fondo una semana después de haberse pasado un mes y cacho cerrado. Mi depa que olía a limpiador y perfumito glade. Dónde no había basura, donde la basura se saca todas las noches, con los platos limpios, la estufa limpia, todo barrido y aspirado. Depa que se limpia cada domingo de pe a pa. Donde no ha habido nunca moscas, ni arañas ni demás bichos rastreros.

Después de 3 años de vivir acá, es la primera vez que me toca algo así.
Y las odio, las odio más que nunca por meterse al depa así como así, con aquella impunidad, por ser tan agresivas, por ser tan necias, por no dejarnos estar en el pastito, por haber aparecido de la nada, por haberse multiplicado con las lluvias y la humedad, por no morirse con el calor sino ponerse más activas y especialmente: porque son hormigas y no tienen respeto.

Comments

manson said…
De perdida no fueron ratas, ésos animales son los más desagradables, en mi opinión.
Lady of Shalott said…
Cierto
Sin embargo hay algo en la necedad de las hormigas de volver a recorrer el mismo caminito una y otra vez a pesar de que ya no encuentren nada que simplemente aborrezco.

Claro que tambien puede ser que mi odio exacerbado se deba a que tengo demasiado tiempo libre...

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