Tepache
El tepache es una bebida dulce fermentada que data del
México precolombino.
A mi abuela le gustaba mucho tomar tepache. A mí nunca me
gustó. Después del atole y el champurrado (misma gata, pero revolcada), el
tepache me parecía la bebida más desagradable del mundo. A diferencia del
atole, disponible todo el año, lo único positivo que tenía el tepache es que en
casa de mi abuela solamente se tomaba en el verano.
En el náhuatl, la palabra tepiátl significa "bebida
hecha de maíz".
Doña Ofelia, la mamá de mi papá, se murió en noviembre de
2016, y para poder escribir esto con certeza, tuve que preguntar la fecha,
porque Doña Ofelia y yo... digamos que estoy segura que otras primas la
recuerdan con nostalgia. Yo no. Mi abuela era un poco como la bebida, ácida
pero dulce a la vez. A mí me parecía amarga y a mis primas dulce.
Originalmente, el maíz era la base del tepache, pero la
receta contemporánea para el tepache usa las cáscaras de piña como el alimento
fermentado para producir la bebida ácida.
No recuerdo mucho de mi infancia, supongo que porque fui
feliz. Y ciertamente, de entre los pocos recuerdos que sí tengo, los de mi
abuela no figuran mucho entre ellos. Pero, desde hace dos años más o menos,
cuando hace calor y pico piña, recuerdo a mi abuela y su jarra de tepache.
Puedo verla en su cocina, vaciando las cáscaras hervidas de
una piña recién picada, junto con la
panocha (se aferra en no decirle piloncillo) en su jarra de vidrio tepachera.
La mezcla, clara en principio, iba adquiriendo un color ambarino y turbio
conforme pasaban los días. ¿Cuántos días? No lo sé. Creo recordar dos jarras,
una en fermentación y otra lista, de la que Doña Ofelia se servía directamente
en un vaso con hielo, y del que tomaba mientras preparaba alguna otra cosa o
contaba alguna historia de su infancia, o su vida antes de la viudez.
El tepache se prepara con cáscara de piña, se endulza con
piloncillo o azúcar morena, y se sazona con canela en polvo.
Cuando Doña Ofelia contaba cosas de su infancia, lo hacía
con orgullo; eran más o menos las mismas tres o cuatro historias: la del perico
que se caía de los árboles frutales, la de ella que se encargaba de su hermana
menor, y la de la Amá Panchita rompiendo
la escoba de tanto que les dio con ella a sus hijos por haber a) jugado con el
hermanito nonato conservado en formol o b) haberse subido a uno de los árboles
frutales a columpiarse y haberse
caído justo cuando la Amá Panchita
tomaba una siesta.
La historia del perico era mi favorita, pero Doña Ofelia se
transportaba con las de su Amá Panchita.
A mí, con 6 ó 7 años, la bisabuela me
parecía como personaje de cuento, un ogro disfrazado de mamá, ¿y cómo no
pensarlo? Era una mujer que tenía un hijo en una jarra con formol guardada en
la alacena; una mamá que se levantaba en medio de la siesta, y en vez de
auxiliar al hijo que seguramente se había roto algo por subirse a un árbol, se
iba por la escalera y el serrucho y cortaba las ramas favoritas de los hijos;
en casa de la Amá Panchita no duraban las escobas porque las rompía en las
espaldas de alguno de sus 12 hijos. "Mi Amá Panchita" decía Doña
Ofelia, y los ojos se le llenaban de nostalgia por su infancia y su mamá ogro,
esa mujer férrea y seca que crió 12 de 13 hijos. Mi abuela tuvo seis, y como su
madre, también fue una madre dura, "Yo a todos mis hijos los dejé llorar
en la cuna" decía orgullosa.
Dependiendo de lo azucarada de la mezcla, si se deja
fermentar más días, se obtienen una bebida con mayor nivel alcohólico, pero
también mayor amargura y acidez en su gusto.
No sabría decir si la bisabuela fue una abuelita de cuento,
sus nietos, en especial mi papá, no solían hablar de ella, así que supongo que
fue de abuela como fue de madre. Lo que sí sé es que Doña Ofelia, con mi
hermano y conmigo, no fue una abuelita de cuento. No era particularmente mala,
aclaro, pero era dura y seca, más agria que dulce con nosotros. Alguna vez
llegó a decirme que era así conmigo porque mis abuelitos no la habían dejado
cuidarme cuando nací; aunque también escuché la anécdota de cuándo Doña Ofelia
les dijo a mis papás que ella no era pilmama, para andar cuidándonos. Vivía en
la calle atrás de la nuestra y cuando nos quedábamos solos en casa, prefería
llamarnos de vez en cuando que ir a vernos o que nos quedáramos con ella.
Esto no es para decir que nunca nos cuidó, sí lo hizo, en
especial cuando yo tendría unos 4 ó 5 años. De eso no recuerdo nada, excepto
que me dió por decirle "mi dueña" porque, me dicen que expliqué,
siempre me daba órdenes y me decía que hacer. Le duró poco el apodo, tal vez
dejé de usarlo porque a mi abuela le gustaba. Alguna vez me recriminó haberle
empezado a decir "abuela Ofelia" en vez de "mi dueña".
Seguramente no lo hice a propósito, sino que me desprendí del apodo cuando dejé
de pasar tiempo en su casa entre semana y simplemente la visitábamos en los
fines de semana.
Con el tiempo, las visitas fueron espaciándose y me fui
desprendiendo más de ella (como la mayoría de sus nietos mayores lo hicimos), y
la verdad es que a Doña Ofelia no parecía importarle mucho, después de todo,
solamente tenía ojos para una de sus nietas; supongo porque no lo sé de cierto,
que por eso mis otras primas se alejaron de la abuela, aunque fuera la única
que vivía en su ciudad. En mi caso, yo ya tenía una abuelita de cuento en otra
casa, y la nieta favorita de Doña Ofelia era (y es) mi prima favorita de ese
lado de la familia, así que me acostumbré a la situación muy rápido.
Al cabo de semanas termina convirtiéndose en vinagre , el cual generalmente acaba con las bacterias de la fermentación.
Doña Ofelia era como el tepache, un gusto adquirido, dulce y
amarga. Una mujer difícil de querer. Y
lo intenté mucho tiempo, no por ella, sino por mi papá, hasta que ya casi por
acabar la maestría, me rendí. Porque con los años, mi abuela se fue convirtiendo
en un tepache avinagrado. Después de tres operaciones de cadera, la soledad que
parecía no importarle se volvió amargura cuando perdió su independencia motriz. Y la amargura se convirtió en enojo y
frustración.
Hija de una madre dura, ella fue madre y abuela dura. Y me
temo que a veces esa dureza corre por mi sangre. Yo también cuando me enojo y
me frustro con la maternidad, me vuelvo como el tepache: turbia y amarga.
No me gusta el tepache.
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